Mi primer libro lo imprimí en una impresora digital que emula
offset y que compramos en la imprenta donde trabajo. Hice una única copia dado
que quería tenerlo como boceto, para poder después realizar los arreglos
necesarios.
Esta tarea de impresión de imágenes no es
nada fácil, más si las fotografías son nocturnas. Los colores que toma la
cámara a la noche no tienen, obviamente, la luz que tiene las fotografías
tomadas de día. En las primeras pruebas realizadas no logré obtener el mismo
color que veía en la pantalla de la computadora.
Al no poder tomar el color, decidí mandar
a imprimir las fotografías que iban a formar parte del libro a una casa de
revelado fotográfico para ver si así obtenía los colores visto en la imagen digital.
Hete aquí que las fotografías en este caso lograban el color deseado y similar
al de la pantalla.
Esto me dio la idea de armar una maqueta
de la página del libro con un recuadro donde iba a ir la fotografía. Después
monté la foto en el recuadro de esa maqueta y la fotocopié. Eso hice con todas
las fotos y así logre armar el libro.
Más allá de todos estos inconvenientes, no
quedé demasiado contento con la calidad de las imágenes. Sentí que al libro le
faltaba algo. Pero texto no le quería agregar, me interesaba que los lectores
vieran las fotos y que se imaginen o que sus mentes le disparen lugares en
donde pudieron llegar a ser tomas las fotografías.
Por eso decidí dejar la producción del
libro y empecé a pensar en cómo podía hacer para que el libro salga mejor.
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